11 mar 2011

EL JUEGO DE SER MADRE


La madre se quitó el ojo derecho y fue a venderlo. Envió el producto de la venta por correo urgente y esperó ansiosa, las noticias. Tiempo después recibió una carta escueta en la que pedía más dinero. Vendió su pierna izquierda y todo su cabello castaño desteñido, envió apresuradamente el dinero y espero.
La respuesta llegó con retraso, en realidad no fue una respuesta sino un nuevo mensaje de clamorosa necesidad. Salió a la calle inmediatamente, ofreció su pecho escuálido y, como cobró una miseria, vendió también sus antebrazos y algunas de sus gastadas vértebras. El dinero íntegro salió ese mismo día. Pasaron semanas hasta que llegó un nuevo mensaje desesperado que movilizó a la anciana que ofreció, entonces, su vientre, su flaca y encorvada espalda, sus clavículas y la frente, quiso vender su ternura y esperanza, pero no le fueron aceptadas en ninguna tienda.
El envío fue hecho de inmediato y, como de costumbre, hubo de esperar meses antes de tener noticias y, cuando llegaron, fueron las de siempre. Vendió su nariz, sus labios, su cráneo, su viejo e inútil sexo, su mano izquierda, y le rechazaron, por falta de atractivos, su memoria. Estaba segura de que ahora sí lo lograría y, cuando tras varios meses de esperar llegó una nueva carta, supo que las cosas habían mejorado.
Pero que aún faltaba mucho camino por recorrer y, como siempre, no le quedaba ni una sola moneda. Se quitó el ojo izquierdo, la pierna derecha, sus caderas desvencijadas, la arqueada columna vertebral, el corazón, el último suspiro, y suplicó que enviasen el producto de la venta.
Al día siguiente llegaba un alborozado telegrama: madre, no envíes más dinero, he triunfado.

CARLOS MENESES CÁRDENAS

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