Sus cuerpos se unieron bajo el Sol del mediodía. El extremo de uno penetró en el del otro y todo se volvió vueltas y vueltas. Lentamente fueron tocándose, hasta que uno lastimó la piel ajena. El duro exterior del cuerpo lastimado fue dejando al descubierto su centro blando y rojizo. Y en el momento más álgido de la acción algo se quebró y parte de sí quedó dentro del organismo ajeno.
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¡Bah! Tanta poesía para sacarle punta a un lápiz.
Fran Vanrell
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